Sentimientos en Baja Visión

viernes, 5 de abril de 2013

La importancia de lo visual en mi vida


Soy aparejador. A pesar de que me jubilé hace dos años, comprenderéis la importancia que en mi vida han tenido siempre las perspectivas, los volúmenes, las texturas y los espacios estructurados. Es un mundo fundamentalmente visual, y que condiciona la percepción del propio yo como un ser que se ubicua en un universo de diseño espacial, referenciando el autoconcepto de uno mismo a la posición que ocupa en la imagen que el cerebro recibe del exterior a través de los ojos. Por eso, la primera vez que me di cuenta de que tenía dificultades de visión fue contemplando uno de los edificios que había diseñado. De pronto, la esquina que siempre había considerado como una proa imponente, abriendo los flancos de la construcción sobre la acera cual un barco rompiendo las aguas, se convirtió en una línea informe de arrugas y desniveles. Al principio, la sorpresa atenazó mi garganta, pero confié en que fuera una afección pasajera, tratable con algún medicamento hasta que la función visual se recuperara del todo. Por supuesto, acudí a un buen profesional para que diagnosticara el problema. Reconozco que entré en la consulta esperanzado, y tal vez por eso el choque contra una realidad cruel se me hizo tan brutal. El veredicto fue aplastante. La enfermedad había evolucionado rápidamente y aunque se intentaron algunos tratamientos extraordinarios consistentes en inyectar fármacos en el interior de los ojos, la condena resultó implacable. Me queda un resto visual muy pequeño. No estaba ciego, pero no podía leer, no podía fijar mi atención en los detalles, se me emborronaban las dulces caritas de mis nietos, no podía captar sus sonrisas ni percibir mi reflejo en sus pupilas brillantes. Todo mi mundo de edificios y construcciones, toda mi vida de diseño y arquitectura espacial se había convertido en una masa informe, extravagante y deslustrada que me provocaba más agobio que encerrarse en una caja mortuoria. Afortunadamente, mi naturaleza luchadora no permitió que todo mi ser se desmoronara como consecuencia de semejante pérdida. El centro oftalmológico al que voy cuenta con un equipo de enfermeras y ópticos especializadas en problemas de baja visión, y cuya compresión y asesoramiento me ha conducido a replantear mi existencia desde nuevos puntos de vista. Ahora mi perspectiva no consta de volúmenes tridimensionales y espacios estructurales, no está cerrado en un mundo cúbico, sino que flota en un inmenso orbe multidimensional e infinito, en el que tiene mucha mayor importancia un beso, el olor de una flor, la caricia de una brisa fresca, el sonido del mar y las vocecitas alegres de mis nietos que juegan a mi alrededor. He tenido que aprender a vestirme combinando mi ropa, a comer identificando los bocados, a reconocer a mis amigos por sus gestos y ademanes, y reaprender multitud de habilidades nuevas que creía tener asimiladas desde mi más tierna infancia. Todo ello, lejos de suponer un cúmulo de obstáculos en un camino pedregoso, se han convertido en una lista de retos que conforme voy superando, hacen que me sienta más y más grande, más digno de vivir en un mundo de personas plenas de significado humano, y consciente de no tener todo hecho y todo sabido, sabedor de que la vida entera aún tiene secretos que me deja descifrar poco a poco incrementando mi conocimiento y, de paso, acercándome a los demás, entretejiendo con ellos vínculos de interdependencia que todos los seres que habitamos esta tierra tenemos que desarrollar.

 

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